miércoles, 15 de febrero de 2012


No hablamos de ella. A veces la nombramos de refilón, pero siempre dentro de otro tema. No hemos hecho un esfuerzo como sociedad para erradicarla jamás; de hecho, cuando ha habido intentos organizados la reacción ha sido siempre brutalmente desmedida.

Hace dos legislaturas, un grupo de personas se comprometieron a disolverla desde el gobierno. Pudieron pecar de algunos fallos de ejecución, y quizás hubo algún planteamiento endeble a mi parecer, pero en cualquier caso errores comprensibles y asumibles. En conjunto fue un proyecto ambicioso, quizás demasiado para este país de paletos, urracas y reptiles con sotana. 

Conforme han ido pasando los años, se ha formado una costra pútrida intentando ahogar un movimiento que tiene muchísimo rodaje y experiencia acumulados a este lado del mundo y que lucha por florecer al otro lado del Mediterráneo. Esta costra asquerosa ha contaminado no pocas cabecitas, de esas que tan poco necesitan para colapsarse, y se ha plantado como una defensa contra ideas de supremacía y control. Es mentira, son los perros de siempre defendiendo la mierda de siempre: SU supremacía y SU autoridad, su control. Hay escritores de renombre, políticos y empresarios que se enervan sólo de oír mencionar nada mínimamente relacionado con la desinfección necesaria y farfullan sobre irracionalidad, manipulación política, lavado de mentes, desviación y apocalipsis de los valores tradicionales.

Esta metástasis ha conseguido embarrar el camino de esos ideales. Ahora mismo hay un verdadero tabú sobre distintas palabras, que basta que sean pronunciadas para encender la histeria de personas que no se comportan como tales ni como tales merecerían ser tratadas. Esas palabras son IGUALDAD, PARIDAD, EQUIDAD, LIBERTAD. Llegados aquí habrá quien ya se haya espantado, estoy seguro, pero tampoco es que me importe. Estoy hablando de la carga cultural añadida que soporta día sí y día también más de la mitad de la población, aunque somos todos quienes perdemos. Sí, estoy hablando de la discriminación hacia la mujer, la hija desterrada de la Historia.

Son nuestras hermanas, nuestras madres, nuestras novias. Nuestras hijas, nuestras vecinas, nuestras compañeras, que no por ser “nuestras” pretendemos que nos pertenezcan. Hemos tenido que luchar juntos cada batalla para alcanzar los logros de nuestra sociedad, y mientras que el sacrificio ha sido compartido, el resultado siempre ha sido menos favorecedor para ellas. La democracia fue nuestra antes que suya, la independencia económica también. Hoy mismo te pueden estar pagando menos por el trabajo que haces como los demás por no haber nacido con cojones, ésa es nuestra realidad. Y mientras no la afrontemos seremos una sociedad enferma.



Sin embargo nunca se matizan muchos aspectos relacionados con la lucha los derechos de la mujer. El más importante de ellos es que feminismo no es “el machismo de las mujeres”. Machismo es dominación social, política, económica y cultural de los hombres sobre las mujeres, atendiendo además a una razón fortuita. Es sumisión de unas bajo el mando de otros. Feminismo es la defensa de una igualdad todavía ni remotamente alcanzada dentro de la diferencia artificialmente establecida entre los dos géneros –maldita sea, nadie está negando la otra diferencia surgida biológicamente dentro de una especie en la cual uno de los dos subtipos sexuales desarrolla la prole con el material genético de los dos y luego lo alimenta en sus primeros meses de vida, con la consiguiente adaptación hormonal y anatómica para posibilitar el desarrollo de uno de los embriones que más tiempo de desarrollo intrauterino necesita de entre todas las formas mamíferas de vida de este planeta, así como psicológica para el plus que supone en un ser de alta capacidad intelectual y cognitiva el ser consciente de que concibe, alberga y trae vida al mundo, para además luego seguir manteniendo un vínculo constante tras el parto, es decir: en aquello que hemos tenido a bien llamar “madre”, y por tanto potencialmente cualquier mujer-. 

El problema jamás ha sido que seamos distintos -o sí, pero solamente en lo que a psicología e interacción social y sentimental se refiere, conque no viene para nada al caso-, y querer creer que sí es tan absurdo como no aceptar que dos individuos, ya sean más altos o bajos, tengan un color de pelo u otro, unas características determinadas o lo que sea que los diferencie, siguen siendo iguales. Es la significación de la que hemos cargado nosotros las diferencias, nuestra enfermiza clasificación en valores positivos o negativos. Y es que nos creemos desarrollados cuando hemos sido incapaces de aceptar que somos iguales dentro de la diferencia, de la excepcionalidad de cada uno de nosotros que a muchos niveles nos hace únicos.

El problema, por tanto, es justo eso, y funciona exactamente igual para todos los demás tipos de discriminación. Las diferencias se marcan para que alguien salga beneficiado de ellas, es una característica innata del egoísmo humano que increíblemente parece seguir pasando desapercibida. De esta forma, ya de primeras, la mitad de la humanidad queda excluida de los círculos de poder y decisión, y a partir de ahí se continúa restando. El resultado de ese proceso es tan fácil de apreciar como pararse a ver el carácter actual del mundo que habitamos. ¿Ha extrañarnos que suceda en unas sociedades que casualmente tienen unas élites de poder económico y político enormemente distanciadas de las bases, sobre las que además ejercen presión para poder seguir manteniéndose en lo alto? La mujer está discriminada como lo está el inmigrante, el pobre o el currante. Solo que además la mujer puede ser también inmigrante, pobre o currante, y de hecho, lo es: el 70% de los pobres son en realidad las pobres. Sin embargo aún estoy esperando para ver un solo ejemplo de millonaria/o a quien se haya discriminado por sexo, por raza, por procedencia o religión.

Así que podemos confiar en que un buen día el mismo sistema que nos fagocita y vive a costa de la injusticia y de nuestra propia división interna decida igualar la situación; que rectifique en el camino que viene siguiendo desde sus inicios y que es su marca identificativa, que pierda su misma razón de ser para hacernos esa concesión gratuitamente. Eso no sucederá jamás. 

También podemos comprometernos por muy alto que sea el precio a pagar y decidir que hay que enterrar toda una historia de injusticia y vergüenza hasta poder declarar que las personas son iguales en posibilidades y derechos, en trabajo y en deberes. Que no os engañe nunca su discurso patriarcal: luchamos por valer lo mismo, y los únicos que siempre han pretendido valer más que el resto son quienes nos explotan. Todas nuestras luchas son realmente una sola; quien lo niegue tiene mucho que demostrar.

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