No es extraño, ni mucho menos, escuchar justificaciones de
lo injustificable. Una blanda existencia en un sistema cómodo llega a a disolver cualquier indicio de claridad en el pensamiento de los individuos más débiles y pasivos, hasta el punto en que son incapaces de apreciar la realidad y las consecuencias de su desconocimiento.
Estas personas critican que se rechace
cualquier opción política, con la falsa creencia de que la simple capacidad de hablar otorga per se respetabilidad al mensaje de una persona. No es de un carácter tolerante ni bondadoso aceptar en el
seno de la vida política las semillas del odio. No se puede respetar al que no
respeta ni escuchar a quien pretende acallar las demás voces. No es demócrata, o progresista; ni siquiera
es aceptable. Por simple y llana cuestión de supervivencia, si jugamos a ser
corderos no se puede dejar participar al lobo.
Con el cerebro ablandado por la abundancia y la facilidad en
sus vidas hablan desde la ignorancia más atrevida y repugnante: todas las opiniones
son igual de respetables, se hayan razonado o no, estén basadas en ideas
mínimamente complejas o en mentiras toscamente levantadas. Completamente ciegos
a la propia realidad de la Historia, con su querer quedar bien insultan a la
conciencia y los razonamientos de millones de personas que dedican esfuerzo a analizar y comprender lo que les rodea. Desde su interesada desinformación
son cómplices de la atrocidad y la tiranía. Su opinión vale lo mismo que la de
un fundamentalista o un analfabeto; no se puede olvidar jamás que su dialéctica simplona y vacua es el pasto del que se alimentan las llamas del terror.
Pero así los ha hecho su pasividad y su pereza intelectual, pretendiendo parecer todo un ejemplo de tolerancia por hacerle el juego al intolerante.
¿Por qué sólo entran en razón cuando son víctimas de su ignorancia? Son un
peligro casi tan grande como el propio depredador de la libertad, porque bajo la
máscara de la conciliación y la paz social le abren el camino entre las posturas aceptables.
No, idiotas, no. Los ultras no saben, no quieren jugar a la
democracia. Se valdrán de ella para hacerse un hueco en el poder, pero nada
más. No traerán seguridad aquellos que asesinan a mujeres y chavales,
quienes no pueden controlar su irracional y ferviente odio a todo cuanto sea distinto a ellos. Son incapaces de ocultar su instinto criminal
por mucho que pretendan integrarse en la democracia representativa. ¿Cuánto
habrá que tolerarles hasta que se les eche a patadas del diálogo que jamás han pretendido preservar? No hay que manipular nada; basta con dejar que sus actos hablen por ellos y se revelen como la amenaza genocida que son.
La Historia enseña las lecciones con puño de hierro; ésta ya
tendría que ser bien conocida. La ultraderecha no tiene cabida en una
sociedad mínimamente justa e íntegra. No es válida ninguna otra opción más que su
disolución y desaparición definitiva.
Y me río de quienes por ello puedan llamarme a mí intolerante. Si ésto es serlo, no quisiera que me llamasen de otra forma.