Quien
toma el poder sabe que no será para siempre, y depende totalmente de su
categoría moral para frenar el instinto que le empuja a quererlo para sí; pero
cuando ese alguien entiende que lo correcto es permanecer en él, no hay nada
que le impida utilizarlo plenamente para construir su propia versión de la
sociedad y, sobretodo, arrasar con las demás sintiéndose totalmente legitimado.
Nuestra
Historia nos recuerda el amargor de los de Dios,
Patria y Rey, de los Cruzados y
de los Mártires por España. Los
fundamentalistas son viejos conocidos, tanto que no ha habido todavía gobierno
o sistema que no los haya tenido en cuenta. Eso, claro, cuando no han sido
ellos mismos quienes directamente mandaban; cambiando las formas, gobiernan hoy
como hace cincuenta, cien o doscientos años.
Es
un error hablar de ellos como “fascistas” sin hacer distinción. Su legado es
muchísimo más lejano que el del reciente siglo XX. La base moral sobre la que
han elaborado el nuevo capitalismo, y antes la dictadura, y antes la monarquía
absoluta, no ha variado en todos estos siglos: son los conservadores, los reaccionarios,
los temerosos de Dios y del pueblo y enemigos declarados del progreso cultural.
Son la lacra de siempre adaptándose una y otra vez con muchísima más eficacia
que nosotros a los tiempos.
Claro
que no condenan el fascismo que se les inculcó en su infancia acomodada y desde
luego no dudarían en posicionarse si fuese posible volver a nuestra última
guerra civil, pero las bondades del libre mercado les permiten no sólo seguir pudriéndose
de dinero sino además lavarse la cara ante la sociedad; sin embargo no por ello
van a renunciar a su dogma religioso, espina dorsal de su ideología supremacista.
Cuando estos periodistas, senadores, jueces, presidentes y empresarios se
acuestan necesitan tener esa tranquilidad de conciencia que les permita
arremeter mañana con fuerzas renovadas contra la igualdad y la decencia humana,
contra la dignidad de las mujeres y los derechos de los trabajadores, contra la
libertad de las gentes de las que se lucran y que jamás podrán observar como a
iguales. ¿No quiere Dios que haya pobres? ¿Acaso no premia al más audaz
cubriéndolo de dinero y poder? Esta mierda andante que colapsa nuestras vidas y
exprime nuestro esfuerzo diario no sería capaz de cargar con la culpa de verse
en lo alto de la pirámide, y por tanto necesita empequeñecerse en su
imaginación ante una omnipresencia moral que permite que nuestra realidad sea
ésta.
El riesgo
que conlleva su estancia en el poder es que no se limitan a hacer dinero como
en un negocio con fecha límite: es un error a mi modo de ver protestar contra
ellos como si se tratase de esto. No, el verdadero peligro es que embarran los
engranajes de la sociedad y liberan sobre ella su poso ideológico, y ésta
propaganda cala durante mucho más tiempo del que duran una o dos legislaturas.
Tiene un efecto tan comprobable como que siguen ganando elecciones y recabando
el apoyo de millones de las personas que sufren sus injusticias, y que se
permite verlos tratándose a sí mismos como mártires de la libertad de expresión
y víctimas del sectarismo, pero sobretodo que no se pueda desafiar su poder sin
contar con un respaldo total de la sociedad. Nuestra gran derrota es que se
equiparen nuestros modos de entender la política con su canibalismo social sin
que absolutamente nadie se alarme.
Nota: actualizo con el reconocimiento que el gobierno ha otorgado al nieto del general golpista Queipo de Llano, conocido por el fervor con el que llamaba a la violación de las mujeres del bando republicano y el asesinato indiscriminado de sus miembros. Se ha encargado de mantenerle el privilegio nobiliar el mismo ministro que pretende obligar a nacer a personas con malformaciones para luego castrarlas químicamente. Es la lógica de la irracionalidad; la hipocresía descarnada en su máximo esplendor.