domingo, 29 de julio de 2012


Quien toma el poder sabe que no será para siempre, y depende totalmente de su categoría moral para frenar el instinto que le empuja a quererlo para sí; pero cuando ese alguien entiende que lo correcto es permanecer en él, no hay nada que le impida utilizarlo plenamente para construir su propia versión de la sociedad y, sobretodo, arrasar con las demás sintiéndose totalmente legitimado.

Nuestra Historia nos recuerda el amargor de los de Dios, Patria y Rey, de los Cruzados y de los Mártires por España. Los fundamentalistas son viejos conocidos, tanto que no ha habido todavía gobierno o sistema que no los haya tenido en cuenta. Eso, claro, cuando no han sido ellos mismos quienes directamente mandaban; cambiando las formas, gobiernan hoy como hace cincuenta, cien o doscientos años. 

Es un error hablar de ellos como “fascistas” sin hacer distinción. Su legado es muchísimo más lejano que el del reciente siglo XX. La base moral sobre la que han elaborado el nuevo capitalismo, y antes la dictadura, y antes la monarquía absoluta, no ha variado en todos estos siglos: son los conservadores, los reaccionarios, los temerosos de Dios y del pueblo y enemigos declarados del progreso cultural. Son la lacra de siempre adaptándose una y otra vez con muchísima más eficacia que nosotros a los tiempos.



Claro que no condenan el fascismo que se les inculcó en su infancia acomodada y desde luego no dudarían en posicionarse si fuese posible volver a nuestra última guerra civil, pero las bondades del libre mercado les permiten no sólo seguir pudriéndose de dinero sino además lavarse la cara ante la sociedad; sin embargo no por ello van a renunciar a su dogma religioso, espina dorsal de su ideología supremacista. Cuando estos periodistas, senadores, jueces, presidentes y empresarios se acuestan necesitan tener esa tranquilidad de conciencia que les permita arremeter mañana con fuerzas renovadas contra la igualdad y la decencia humana, contra la dignidad de las mujeres y los derechos de los trabajadores, contra la libertad de las gentes de las que se lucran y que jamás podrán observar como a iguales. ¿No quiere Dios que haya pobres? ¿Acaso no premia al más audaz cubriéndolo de dinero y poder? Esta mierda andante que colapsa nuestras vidas y exprime nuestro esfuerzo diario no sería capaz de cargar con la culpa de verse en lo alto de la pirámide, y por tanto necesita empequeñecerse en su imaginación ante una omnipresencia moral que permite que nuestra realidad sea ésta. 

El riesgo que conlleva su estancia en el poder es que no se limitan a hacer dinero como en un negocio con fecha límite: es un error a mi modo de ver protestar contra ellos como si se tratase de esto. No, el verdadero peligro es que embarran los engranajes de la sociedad y liberan sobre ella su poso ideológico, y ésta propaganda cala durante mucho más tiempo del que duran una o dos legislaturas. Tiene un efecto tan comprobable como que siguen ganando elecciones y recabando el apoyo de millones de las personas que sufren sus injusticias, y que se permite verlos tratándose a sí mismos como mártires de la libertad de expresión y víctimas del sectarismo, pero sobretodo que no se pueda desafiar su poder sin contar con un respaldo total de la sociedad. Nuestra gran derrota es que se equiparen nuestros modos de entender la política con su canibalismo social sin que absolutamente nadie se alarme.


Ellos comulgan para poder dormir y se miran ante el espejo de la jerarquía católica para ver lo que desean con todas sus fuerzas: que son buenos, y por tanto nosotros no, y que nunca se equivocarán si Dios va a estar siempre de su parte. Rezan para no oir la voz de la justicia, se santiguan para invocar la protección que la decencia les niega y aun con todo pretenden darnos lecciones a los demás.


Nota: actualizo con el reconocimiento que el gobierno ha otorgado al nieto del general golpista Queipo de Llano, conocido por el fervor con el que llamaba a la violación de las mujeres del bando republicano y el asesinato indiscriminado de sus miembros. Se ha encargado de mantenerle el privilegio nobiliar el mismo ministro que pretende obligar a nacer a personas con malformaciones para luego castrarlas químicamente. Es la lógica de la irracionalidad; la hipocresía descarnada en su máximo esplendor.