El canon es la regla a seguir, pero en el lenguaje social es el
perfil que establece la medida en la que alguien merece mayor o menor respeto
por parte de los demás.
Casi automáticamente lo completamos con la expresión “de belleza”, ese concepto tan absurdo pero que tan de cabeza nos trae; no voy a perder ni un minuto en sacar todo aquello de las venus en el paleolítico o las mujeres pintadas por Rubens o el David. Ni falta que hace joderlo con los tópicos reveladores y liberadores de siempre sobre la evolución de los gustos que llevan no pocos artículos, textos y demás. Es el prejuicio que esconde el canon lo que vengo a desmontar.
Casi automáticamente lo completamos con la expresión “de belleza”, ese concepto tan absurdo pero que tan de cabeza nos trae; no voy a perder ni un minuto en sacar todo aquello de las venus en el paleolítico o las mujeres pintadas por Rubens o el David. Ni falta que hace joderlo con los tópicos reveladores y liberadores de siempre sobre la evolución de los gustos que llevan no pocos artículos, textos y demás. Es el prejuicio que esconde el canon lo que vengo a desmontar.
El primer punto es que me paso por el culo que exista una norma que establece quién o qué es bonito y qué no. Claro que me han gustado
chicas guapas que a otros mil tíos también, no pretendo ir de “lo superficial
no importa, ¡si os fijáis en eso dais asco!”: que se aparten los pagafantas, a estas alturas no es presentable tener que hacer un alegato defendiendo los valores del interior. La cosa es
que el dichoso canon pesa sobre todos nosotros, pero en
el caso de nuestras compañeras sobrepasa lo ridículo. Indudablemente, la suya es una jaula muchísimo
más estrecha, que en un delirio surrealista hasta se le ha adscrito una regla numérica. ¡Una puta regla
numérica para definir la belleza! ¡Una consecución de medidas que pretenden determinar qué chica está buena y cual no! Me gustaría
encontrar al genio o iluminada que parió esa tontería sólo para modelar sierra en mano
tan brillante idea. Ni Dexter podría superarlo.
Sobre lo que viene a continuación acepto la
subjetividad que como chico heterosexual me aporta mi atención, pero en origen es lo mismo independientemente de
quién lo lea: no hay regla de mierda que se sostenga, que pueda trivializar lo que se siente
al rodear con la mano la cintura de determinada chica en un momento dado. Es demasiado
personal y en buena parte hormonal como para que alguien te diga en cuántos
centímetros se aleja o acerca a una cifra absurda. No hay estereotipo que pueda
convencerte de qué tono de pelo y color de ojos son claramente más perfectos que los
de alguien que te ilumina el día con una mirada. No se sostienen estereotipos como el "rubio/a con ojos azules" como tampoco se puede denigrar pertenecer a él: hay ojos azules de infarto como
también hay sapos con ojos azules, ya ves tú. Hay alambradas amarillentas por
melena y peinados discretos o atrevidos a juego con una personalidad, y qué. La variedad nos hace únicos.
No se puede retocar fotográficamente la realidad, pero es que se nos está haciendo creer que es necesario alterarla cuando no hace ninguna falta: no hay nada que mejorarle a una maraña de cabello
despeinado y unos ojos entrecerrados cuando alguien se despierta a tu lado. ¿Qué hay de sexy en caminar como robots sobre una pasarela? Igual que con las poses ensayadas, es una burla a lo agradable de lo natural intentar mecanizar cada detalle. Si has de cambiar lo que ya es
bonito, es que no lo es tanto.
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Ojazos tiene... |
Puedo
respetar que haya profesionales dedicados a crear nuevas fórmulas para vestir a
quien voluntariamente lo busca pero ¿una industria de la belleza que se dedica a destruir de cara a la sociedad al que no se asemeje al modelo que nos muestra? ¿Que además se alimenta de renegar cada uno o dos años de lo
anterior frente a las novedades con el único fin de introducirnos en una espiral de consumo? ¿Con qué derecho han
impuesto su modelo, totalmente excepcional e infundado, y obligado especialmente a las mujeres a renunciar a su salud, rebajar su dignidad y ante
todo a desterrar su independencia? Tampoco ha faltado en esta labor esclavizadora la participación de
discográficas y cadenas que han dictado estéticas y modos de vida orientados sobre todo a ellas para obligarlas a asumirlos y
perseguirlos. Vendidas como trozos de carne para el negocio multimillonario, han conformado
estándares que tienen que ser impuestos con toda la maquinaria publicitaria para no ser rechazados por un juicio lógico. Estándares que, no lo olvidemos, siguen llevando a la tumba a niñas y chicas que más que nunca debían sentirse libres en una sociedad moderna y son atacadas desde todos los frentes para someterse a la tiranía estética predominante.

Y esto lleva a lo tercero: no somos nadie para decidir
sobre los demás, y ya está. Yo no tengo ningún derecho a criticar a una mujer
por ser muy alta y delgada como si es todo lo contrario, y lo mismo con un hombre. Se puede cuestionar, claro, a
quien se mantiene así por alcanzar un estereotipo y machaca su salud o se empeña en deformar sus rasgos por imitar los modelos establecidos; ahora
bien, ni yo ni nadie tiene la mínima potestad para juzgar unas características físicas que nos vienen
dadas de nacimiento como tampoco lo que se hace para estar a gusto con uno
mismo. No hay respetabilidad algunla en la opinión de quien se basa en criterios físicos para juzgar a las personas.
¿Cuántos de nosotros podríamos permitirnos señalar al que no
pertenece a un canon, si prácticamente nadie lo alcanza? Pero sobretodo, ¿quién
es tan gilipollas para querer alcanzarlo? La diferencia entre lo respetable y
lo despreciable es más clara de lo que pueda parecer: basta con conocer hasta
qué punto la propia imagen tiene más peso en la vida de alguien que los demás
aspectos. Un cuerpo no dejará de ser el soporte de una persona con una conciencia dentro. Por otro lado, como es el único que tenemos, sentirnos cómodos con nuestro propio cuerpo es una razón suficiente para pasarse por
los ovarios o por los cojones lo que tenga que decir nadie. Si al final quien nos
gusta, nos gusta y a quien gustamos, gustamos...