jueves, 8 de marzo de 2012



El canon es la regla a seguir, pero en el lenguaje social es el perfil que establece la medida en la que alguien merece mayor o menor respeto por parte de los demás.
Casi automáticamente lo completamos con la expresión “de belleza”, ese concepto tan absurdo pero que tan de cabeza nos trae; no voy a perder ni un minuto en sacar todo aquello de las venus en el paleolítico o las mujeres pintadas por Rubens o el David. Ni falta que hace joderlo con los tópicos reveladores y liberadores de siempre sobre la evolución de los gustos que llevan no pocos artículos, textos y demás. Es el prejuicio que esconde el canon lo que vengo a desmontar.

El primer punto es que me paso por el culo que exista una norma que establece quién o qué es bonito y qué no. Claro que me han gustado chicas guapas que a otros mil tíos también, no pretendo ir de “lo superficial no importa, ¡si os fijáis en eso dais asco!”: que se aparten los pagafantas, a estas alturas no es presentable tener que hacer un alegato defendiendo los valores del interior. La cosa es que el dichoso canon pesa sobre todos nosotros, pero en el caso de nuestras compañeras sobrepasa lo ridículo. Indudablemente, la suya es una jaula muchísimo más estrecha, que en un delirio surrealista  hasta se le ha adscrito una regla numérica. ¡Una puta regla numérica para definir la belleza! ¡Una consecución de medidas que pretenden determinar qué chica está buena y cual no! Me gustaría encontrar al genio o iluminada que parió esa tontería sólo para modelar sierra en mano tan brillante idea. Ni Dexter podría superarlo.

Sobre lo que viene a continuación acepto la subjetividad que como chico heterosexual me aporta mi atención, pero en origen es lo mismo independientemente de quién lo lea: no hay regla de mierda que se sostenga, que pueda trivializar lo que se siente al rodear con la mano la cintura de determinada chica en un momento dado. Es demasiado personal y en buena parte hormonal como para que alguien te diga en cuántos centímetros se aleja o acerca a una cifra absurda. No hay estereotipo que pueda convencerte de qué tono de pelo y color de ojos son claramente más perfectos que los de alguien que te ilumina el día con una mirada. No se sostienen estereotipos como el "rubio/a con ojos azules" como tampoco se puede denigrar pertenecer a él: hay ojos azules de infarto como también hay sapos con ojos azules, ya ves tú. Hay alambradas amarillentas por melena y peinados discretos o atrevidos a juego con una personalidad, y qué. La variedad nos hace únicos.

No se puede retocar fotográficamente la realidad, pero es que se nos está haciendo creer que es necesario alterarla cuando no hace ninguna falta: no hay nada que mejorarle a una maraña de cabello despeinado y unos ojos entrecerrados cuando alguien se despierta a tu lado. ¿Qué hay de sexy en caminar como robots sobre una pasarela? Igual que con las poses ensayadas, es una burla a lo agradable de lo natural intentar mecanizar cada detalle. Si has de cambiar lo que ya es bonito, es que no lo es tanto.

Ojazos tiene...


Puedo respetar que haya profesionales dedicados a crear nuevas fórmulas para vestir a quien voluntariamente lo busca pero ¿una industria de la belleza que se dedica a destruir de cara a la sociedad al que no se asemeje al modelo que nos muestra? ¿Que además se alimenta de renegar cada uno o dos años de lo anterior frente a las novedades con el único fin de introducirnos en una espiral de consumo? ¿Con qué derecho han impuesto su modelo, totalmente excepcional e infundado, y obligado especialmente a las mujeres a renunciar a su salud, rebajar su dignidad y ante todo a desterrar su independencia? Tampoco ha faltado en esta labor esclavizadora la participación de discográficas y cadenas que han dictado estéticas y modos de vida orientados sobre todo a ellas para obligarlas a asumirlos y perseguirlos. Vendidas como trozos de carne para el negocio multimillonario, han conformado estándares que tienen que ser impuestos con toda la maquinaria publicitaria para no ser rechazados por un juicio lógico. Estándares que, no lo olvidemos, siguen llevando a la tumba a niñas y chicas que más que nunca debían sentirse libres en una sociedad moderna y son atacadas desde todos los frentes para someterse a la tiranía estética predominante.

Simplemente no puede pasar inadvertido cómo se han aprovechado estos buitres de la situación de inferioridad en la que vive la mujer para atarla todavía más. Todas estas décadas de publicidad atestiguan cómo han orientado cada campaña a vender sus productos utilizándola a ella misma de piedra angular. Fijaos en sus anuncios, la basura comercial más reciente donde presentan sistemáticamente a la mujer segura, autosuficiente, divertida, seductora, emprendedora… la esclava infalible dedicada a satisfacer en vida a una sociedad caníbal. Habrán podido cambiar la imagen de la ama de casa de los cincuenta, pero no la sumisión que subyace. Todo eso es lo que se le exige, y estar por debajo supondía una traición en todos los círculos: el familiar, el laboral y el personal. En general, nos han inducido a todos a visualizar el acto de consumir como un gesto de rebelión e independencia, de genuinidad: es una maquinaria muy eficaz que se sabe aprovechar de nuestros roles sociales y sexuales y que nosotros hemos aceptado e interiorizado en nuestro juicio crítico.

Y esto lleva a lo tercero: no somos nadie para decidir sobre los demás, y ya está. Yo no tengo ningún derecho a criticar a una mujer por ser muy alta y delgada como si es todo lo contrario, y lo mismo con un hombre. Se puede cuestionar, claro, a quien se mantiene así por alcanzar un estereotipo y machaca su salud o se empeña en deformar sus rasgos por imitar los modelos establecidos; ahora bien, ni yo ni nadie tiene la mínima potestad para juzgar unas características físicas que nos vienen dadas de nacimiento como tampoco lo que se hace para estar a gusto con uno mismo. No hay respetabilidad algunla en la opinión de quien se basa en criterios físicos para juzgar a las personas.

¿Cuántos de nosotros podríamos permitirnos señalar al que no pertenece a un canon, si prácticamente nadie lo alcanza? Pero sobretodo, ¿quién es tan gilipollas para querer alcanzarlo? La diferencia entre lo respetable y lo despreciable es más clara de lo que pueda parecer: basta con conocer hasta qué punto la propia imagen tiene más peso en la vida de alguien que los demás aspectos. Un cuerpo no dejará de ser el soporte de una persona con una conciencia dentro. Por otro lado, como es el único que tenemos, sentirnos cómodos con nuestro propio cuerpo es una razón suficiente para pasarse por los ovarios o por los cojones lo que tenga que decir nadie. Si al final quien nos gusta, nos gusta y a quien gustamos, gustamos...