miércoles, 30 de mayo de 2012



Si tienes a varias personas hablándote maravillas de una serie, lo más probable es que sin quererlo te hagas unas expectativas que luego no se van a cumplir. Es algo tan viejo como la televisión, mucho más real que con los libros. No es así con Breaking Bad.

Cuando terminé de ver el primer capítulo me quedé con una sensación ambigua. Estaba acostumbrado a ver al padre de Malcom metido en líos, pero esto era distinto y no solamente por su bigote. Me pareció que a largo plazo la trama no podría despegarse de los tópicos previsibles –son ya muchas series que decepcionan a los pocos capítulos-. Tres capítulos después esa trama se había convertido en algo acojonante. Cuando acabé la primera temporada, necesitaba más la serie que Jesse las anfetas para dormir. 

Pero no es simplemente “esa jodida serie”, algo que enterrar con los estrenos de septiembre: Breaking Bad tuvo la capacidad de revolverme por dentro a la vez que distraerme; de hacerme sentir amor y odio por personajes que ni son buenos ni malos, pero son tan humanos  y creíbles que no puedes evitar intentar pensar como ellos y sorprenderte imaginando qué harías tú en su lugar. Y no es una pregunta fácil.


Walter White o el señor Heisenberg


La evolución es la palabra que mejor define su carácter. Evolucionan los acontecimientos para sorprender con contundencia; evolucionan los personajes, que se acomodan a lo que les va llegando de mejor o peor forma; evoluciona la propia historia haciendo una progresión impecable desde la primera temporada hasta la cuarta, habiéndose transformado en algo completamente distinto. Pocas veces se han encadenado tantos aciertos en el lodo comercial de Hollywood.

Hay situaciones que, remotamente parecidas a algunas que yo mismo he conocido, golpean en lo bajo del estómago: tuve que parar a mitad de la tercera y descansar varias semanas hasta retomarlo. Detras de la acción, los creadores construyen un escenario de contradicciones donde la desesperanza y el futuro se van turnando y llegan a calar en el propio espectador. Es una historia realmente dura, si la televisión y el cine no han terminado por destruir la sensibilidad de éste.

He sufrido con esa violencia latente tras las palabras y me he divertido con escenas de acción. Me habría partido la cara por un tío más duro que el hierro que empezó siendo un porrero desgraciado y fanfarrón, y habría abierto fuego contra cualquiera capaz de interponerse en el inmoral camino que escogió el señor White, un profesor de instituto. Acabé respetando al odioso cuñado y odiando al respetable hombre de negocios de la comida rápida. Me alegré por las muertes del Cártel, y me podía la pena viendo a esos diminutos personajes –lavanderas, cocineros, técnicos- moviéndose silenciosos y aplicados, peones de un tablero cruel e injusto.


Jesse Pinkman


No puedo evitar el intentar sacar lecciones de todo lo que veo, pero aquí vienen dadas por sí mismas. Esta historia me recuerda que las categorías morales son lo que nos lastra y dificulta nuestro avance más que ninguna otra cosa, pero vaya, también son lo único capaz de mantener nuestra identidad cuando todo se viene abajo, de aferrarnos al mundo y a la realidad para poder seguir encontrando el calor de los nuestros hasta en el entorno más hostil.




Breaking Bad es la historia de Walter White, un humilde profesor de química en un instituto que completa su jornal en un lavadero de coches. Este cuarentón se encuentra a cargo de su esposa, ama de casa embarazada tardíamente, y su hijo con parálisis cerebral. Cuando a Walter le diagnostican cancer de pulmón en fase tres, se decidirá por garantizar el modo de que su familia se mantenga para cuando él ya no tenga que temer a la ley. Elegir un atajo muy cuestionable para alcanzar su objetivo se revelará como una decisión de duras consecuencias.