lunes, 10 de septiembre de 2012


Son imágenes que pertenecen a todo aquel que se digne a observarlas y a quien se sienta representado en ellas. Se traten de las calles de Roma o de Madrid, de Atenas o de Dublín, no dejan en ningún caso de plasmar el espíritu de esta estafa mal llamada "crisis". 

Carga policial frente a la sede del Ministerio de Trabajo italiano

Resultan habituales noticias así en los medios desde hace años. Se remontan a décadas, pero es evidente que la convulsión social se ha visto incrementada en el último lustro. Lo peor de todo es que sabemos que no van a dejar de repertirse, llegando incluso a inmunizar las retinas del espectador pasivo. Es cierto que cuanto más profunda se haga la brecha, más personas quedarán a este lado y sentirán de pronto la seguridad de que nadie les va a reclamar desde el otro; sin embargo, también lo es que no por ello se debe confiar en que la respuesta a tanta injusticia vaya a ser unánime. 

El observador optimista tenderá a pensar que el 1% (que no es tal, sino un 10% en realidad) necesariamente ha de quedarse solo y expuesto en caso de mantenernos en la misma dinámica durante mucho más tiempo, pero la experiencia nos recuerda cómo este sector es capaz de exprimir hasta el último aliento de los de casco y escudo en su defensa a vida o muerte del monopolio de la violencia. Hemos visto las calles de Grecia arder por la indignación de sus ciudadanos durante largos meses y años, y sin embargo sus fuerzas del orden no sólo persisten sino que se han hecho fuertes en los grupos parapoliciales de la ultraderecha, recabando incluso un creciente apoyo entre gente de la más humilde procedencia. ¿Qué nos hace pensar que será diferente en los demás países, si tampoco antes lo fue?

Trabajadores de Alcoa en las calles de Roma

Yo no creo que la policía sea el problema; no se trata del animal sino de la mano que lo azuza, lo sabemos todos. De lo que sí estoy convencido es de lo que representan: la venta de los derechos, de la dignidad y de la solidaridad con los demás trabajadores. Y éso, mal que nos pese, no es algo que venga impuesto por una placa: es la simple prueba de que no podemos contar con todos para cambiar nuestra sociedad. Como mínimo unos cuantos permanecerán semper fidelis a cualquier estructura de poder por tiránica que sea.