Uno de los nuestros (1990)

Otras
habrán podido gustar más o menos, pero es innegable que esta tiene un encanto
especial. Uno de los nuestros es una
historia de la crudeza del éxito fuera de lo legal y la opresividad del clan, adaptada al cine bajo la batuta
del maestro Scorsese.
Ray
Liotta narra, en el papel del italo-irlandés Henry Hill, su propio ascenso
siendo sólo un chaval que llega a ganar la confianza de su entorno de mafiosos negándose a
delatarlos ante un jurado. Evoluciona escalando posiciones bajo el amparo de una importante familia para, finalmente, llegar al
desencanto. Pone en común sus intereses
con Jimmy y Tommy, unos Robert de Niro y Joe Pesci absolutamente brillantes en
una interpretación espontánea, muy propia y creíble que los consagró en el cine
negro y le mereció a este último un Oscar. Cabe decir que ambos personajes demostrarán
tener un doble filo muy agudo que Henry debe tener en cuenta en cada momento
para moverse con seguridad.
La
novia y después esposa del protagonista es la resuelta Karen, interpretada por
una estupenda Lorraine Braco que nos introduce en la historia de las mujeres de
los gánsters en un mundo estrictamente patriarcal, mujeres que deben renunciar
muchas veces a su honor para mantener el prestigio social de sus parejas y que
además son una víctima colateral casi segura en caso de que ellos caigan en
desgracia dentro de la familia. En el caso de ella, mantiene una relación de amor-odio con su marido muy intensa y absorbente, que de algún modo define en un pensamiento que le surge tras protegerle él de un agresor: “Sé que hay mujeres que habrían dejado a su
novio en el momento que les hubiera dado un revólver. Pero yo no. Si he de
decir la verdad, hasta me puso cachonda.” Enfrentados a menudo pero trabajando siempre como un equipo, son todo un aliciente en el guión.
Me
hace especial gracia la forma en la que queda patente la corrupción de la que
son parte intrínseca los compadres de Henry y él mismo. Hay unas escenas
impagables dentro de la cárcel cuando coinciden varios de ellos y se les ve en
una sala que se les ha dejado para su uso privado. Ahí tienen instalado sofás y
televisión, fogones y todo tipo de utensilios de cocina para desarrollar su actividad
favorita: la preparación de pasta y albóndigas -de tres tipos de carne- para la
cena. Un guardia les lleva el vino que les mandan entre otras cosas desde el exterior sus
familiares.
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El Don Paul y los suyos, pagando por sus crímenes |
La
filosofía de vida de este grupo queda resumida así de simple en boca del protagonista: “Para nosotros, vivir de otra manera era impensable; la gente
honrada que se mataba en trabajos de mierda por unos sueldos de miseria, que
iba a trabajar en metro cada día y pagaba sus facturas estaba muerta, eran unos
gilipollas, no tenían agallas. Si nosotros queríamos algo lo cogíamos y si
alguien se quejaba dos veces le dábamos tal paliza que jamás volvía a quejarse.” Violencia, coacción y corrupción conjugadas en acción constante en una de las películas favoritas del que escribe.