Todos los
que celebramos un recuerdo el 14 de abril tenemos algo en común que desconocen quienes
nos critican, y es que de una forma u otra lo honramos todos los días del año.
Lo hacemos con nuestros actos, defendiendo aquello en lo que creemos, y también
lo hacemos con las palabras: no en vano ellas fueron la única herencia que pudo
escapar de ahogarse en los ríos de sangre de las fosas; ellas ya volaban libres
cuando todavía caía la cal sobre los párpados irremediablemente cerrados.
Por ser los paladines
de la palabra, mi recuerdo empieza siempre dedicado a los poetas. Si es de
quienes más me cuesta hablar no es por otra cosa que el ver tosca cualquier
frase dedicada a aquellos que, continuando una honrosa labor, hicieron de esta lengua un arte. Sin desprecio a ninguna otra, ellos hacen que hoy yo me
sienta privilegiado de poder hablarla y expresarme con ella: con todo el
derecho del mundo merecieron ser reconocidos como una generación propia los que
sobre un papel podían plasmar más sentimiento del que yo mismo pueda intentar
expresar en un año entero.
No puedo
evitar un especial afecto por dos de ellos: Lorca, quien casi desde la infancia
me sigue descubriendo el potencial de palabras tan bien elegidas como en sus Bodas de Sangre…
“¡Ay qué
sinrazón! No quiero
contigo cama ni cena
y no hay minuto del día
que estar contigo no quiera
porque me arrastras y voy
y me dices que me vuelva
y te sigo por el aire
como una brizna de hierba.
He dejado a un hombre duro
y a toda su descendencia
en la mitad de la boda
y con la corona puesta.
Para ti será el castigo
y no quiero que lo sea.
¡Déjame sola! ¡Huye tú!
No hay nadie que te defienda.”
contigo cama ni cena
y no hay minuto del día
que estar contigo no quiera
porque me arrastras y voy
y me dices que me vuelva
y te sigo por el aire
como una brizna de hierba.
He dejado a un hombre duro
y a toda su descendencia
en la mitad de la boda
y con la corona puesta.
Para ti será el castigo
y no quiero que lo sea.
¡Déjame sola! ¡Huye tú!
No hay nadie que te defienda.”
… y Miguel
Hernández, el fuego hecho verbo, que dice en Los cobardes
“Estos
hombres, estas liebres,
comisarios de la alarma,
cuando escuchan a cien leguas
el estruendo de las balas,
con singular heroísmo
a la carrera se lanzan,
se les alborota el ano,
el pelo se les espanta.
Valientemente se esconden,
gallardamente se escapan
del campo de los peligros
estas fugitivas cacas,
que me duelen hace tiempo
en los cojones del alma.”
comisarios de la alarma,
cuando escuchan a cien leguas
el estruendo de las balas,
con singular heroísmo
a la carrera se lanzan,
se les alborota el ano,
el pelo se les espanta.
Valientemente se esconden,
gallardamente se escapan
del campo de los peligros
estas fugitivas cacas,
que me duelen hace tiempo
en los cojones del alma.”
A Federico
lo mataron porque un régimen de bestias sin razón no puede entender otra manera
de amar; en general, no puede entender el simple concepto del amor. A Miguel lo dejaron morir enfermo tras los barrotes como
un delincuente, condenado por su apoyo absoluto a la causa
del pueblo.
Pero de tan
injusto sería ofensivo para ellos olvidar
a quienes desde la discreta labor del maestro otorgan la justificación más pura
e irrenunciable de nuestro proyecto. Hombres, pero sobre todo mujeres; personas
armadas únicamente de palabras precipitando la lluvia de la cultura y las ideas sobre una
tierra tan pobre en saber como en riqueza, personas entregadas a erradicar ese
mal endémico que siempre asoló este trozo del mundo y del que se alimentaron todas las
tiranías. No hay República sin maestras liberando las mentes, otorgando su
valor a la infancia, reivindicando el derecho a la razón y ante todo diciéndole
al poder con su trabajo que habían terminado los tiempos de apoyarse en la
superstición. No es comprensible el carácter verdadero de los asesinos hasta
que no se recuerda cómo fueron ellas y ellos los objetivos bélicos primordiales
a los que la Iglesia española ni contemplaba aplicar valor cristiano alguno. No
es tolerable permitir hablar del honor en la batalla de un ejército que mataba
después de torturar y humillar públicamente a los civiles y especialmente a estos mártires. Violaciones y aceite
de ricino, castración o mutilación para recordar al sometido su lugar e imponerle
el terror más absoluto, terror que consta por escrito exigido por los oficiales y que fue sistemáticamente utilizado por los golpistas. De maestros están llenas nuestras cunetas: no culpéis
a la casualidad de vivir en un país culturalmente tan mermado.
Ninguneados
durante toda su existencia como colectivo, el campesinado pobre y harto se
decidió en su mayoría por las opciones liberadoras del siglo XX. ¿Quién puede
criminalizar a las gentes que pretendieron recuperar la tierra que llevaban
generaciones trabajando para otros? Una existencia miserable que podría
acabarse por la vía socialista o libertaria, las únicas opciones que rompían el
esquema feudal y honraban por primera vez el trabajo como el mayor de los
valores, y que a la vez ponían fin al asfixiante sometimiento moral impuesto por la
jerarquía religiosa y principal beneficiaria de su explotación. Campesinos
forzados a dejar sus campos y familias para cavar trincheras y defenderse de un
ejército fratricida al servicio de los terratenientes; campesinos abonando con
sus cadáveres la tierra que sus hijos cargados de vergüenza debieron continuar
labrando bajo el yugo del vencedor. Que no disfracen de patriotismo la defensa
de la propiedad de unos pocos mientras su base se muere de hambre: para ellos,
la patria era y es aquello que justifica
todo mal a cambio de mantener a una élite dominante.
Y de entre
los leales, jamás se podrá olvidar al soldado y al miliciano que cumplieron su
tarea por defender el sistema aclamado por la voluntad popular, el único en
nuestra historia en el que se podrían disolver las estructuras medievales, tan podridas como
fuertemente enquistadas en la sociedad tras siglos de opresión. Nunca, por
tiempo que pase, ignorar al voluntario que abandonó su tierra natal para venir
a luchar y a morir en una tierra de la que ni habría oído hablar por una causa que, aunque también le pertenecía –porque la libertad
es de todos-, le alejó de los suyos e incluso le supuso ser tratado como un criminal por
las autoridades de su país, las mismas que permitían en toda Europa el desarrollo de los
regímenes genocidas parapetadas tras un cobarde silencio. Se lo decían nuestros predecesores en los ratos de quietud
entre asalto y asalto, cuando el silencio entre los bombardeos se lo permitia, y nosotros seguimos aquí para continuar afirmándolo: nunca
olvidaremos vuestra labor. La deuda que adquirimos con vosotros no
expirará jamás. Incluso ahora que casi todos ya os habéis marchado nosotros atesoramos vuestro mensaje de total solidaridad y sacrificio desinteresado. No
hay fama ni reputación que pueda llegar a eclipsar la del héroe brigadista.
Por eso,
cuando alguien sin conocimiento o interés ataca aludiendo al paso de las
décadas, sólo puedo decirle que la bondad humana y la justicia no caducan, ni
mucho menos pueden ser enterradas en igualdad con la traición y la matanza.
Aunque no fuesen tan escasas valdría la pena defenderlas, pero es que en esta
tierra no hemos conocido mayor ni mejor ejemplo del esplendor de un pueblo decidido a
cambiar verdaderamente su situación. Nuestra República es un proyecto que
llevamos dentro cada uno de nosotros y que tiene como primera virtud realizar
nuestra ambición más solidaria y elevada, otorgar a cada persona la libertad y
la igualdad frente a los demás y la dignidad de la soberanía propia.
Son estos
los motivos que me hacen vivir cada día como un tributo a la República que ha
de llegar, la República de los trabajadores y de los ciudadanos, la del pueblo.
No habrá desmemoria por mucho que lo pretendan los conscientes herederos del
régimen golpista, como no la ha habido tras tantos años y tantas muertes.
No la puede haber, porque nosotros somos esa memoria.
Viva la
República.