martes, 14 de febrero de 2012


Dice un rebelde sirio que desertó del bando oficial después de perder a su novia de 23 años: la mataron por participar en una manifestación contra el régimen. Ahora, tras abandonar su posición dentro del cuerpo de inteligencia, es un hombre más en las líneas revolucionarias. Se puede decir que de alguna forma ése ha sido el precio que ha pagado para replantearse la ética y la dignidad de su posición.

No nos llega ni una décima parte de la información de lo que está pasando en Siria. También es un hecho que esa proporción está sometida a la vergonzosa manipulación que debemos recordar de antemano al acceder a las noticias de las agencias internacionales de prensa –no hace tanto que EFE y Reuters nos hablaban de muertos por la artillería de Gadafi de los que luego no se ha vuelto a saber nada, porque ya había bombas de verdad sobre las ciudades libias-.  Recomponiendo las piezas se intuye que realmente hay una guerra civil tierra adentro de la costa mediterránea oriental, y las FCS se están bañando en la sangre de población civil. No me atrevo a decir nada sobre los rebeldes porque lo desconozco todo, aunque cada día les proporcionan tantos motivos como cadáveres para alzarse.

Siguiendo dos mil kilómetros en línea recta hacia el este, una patrulla norteamericana posa delante de una bandera cuyo significado luego asegurarían desconocer. Se desata la polémica cuando es identificada por la reconocible grafía de las Waffen SS, tropa de élite de la Alemania nazi que sirvió con escalofriante eficacia de brazo ejecutor para el exterminio de las minorías étnicas y disidencia política en toda la Europa ocupada y a la que, curiosamente, los antecesores de estos muchachos habían combatido entre el 44 y el 45. “Son Snipers Scouts –exploradores francotiradores-, de ahí la confusión con las iniciales”. Perfecto, cualquier día te tatúas una esvástica y pensabas que era un molinillo de viento.



Así que la indignación salta por el hecho de que los chavales no tenían un fondo adecuado para la foto. ¿Entonces qué es lo malo, que hagan lo que hacen o que se pueda identificar con algo distinto? Hombres como los que posan aquí masacraron a veinticuatro civiles desarmados en 2005 en Haditha, Irak, como represalia por la muerte de un compañero. A algunos los sacaron del coche para ejecutarlos. Otros eran niños. En términos globales son un cuarto de millón de muertos, más de un tercio de millón de heridos y mutilados y más de ocho millones de desplazados desde el comienzo de las últimas invasiones.

Si preguntas a cualquiera de los causantes del incidente, dirán que luchan por su deber y que el honor es lo primero. Si preguntas en sus hogares, te dirán que son héroes entregando su vida por un mundo cuya libertad está amenazada –y en eso no les falta razón-, orgullosos mártires de la democracia. Y la moral de quienes han bendecido este genocidio continuo sobre cada palmo del planeta se resiente cuando se les relaciona con el que tantas vidas segó a mediados de siglo.

No puedo evitar entonces asociarlo con el protagonista de la primera historia. ¿Qué es lo que necesitan los opresores, los mercenarios y ejecutores? ¿Sufrir la misma experiencia que el secreta sirio reconvertido? ¿Dónde quedó la razón cuando se enrolaron para servir a estos regímenes de la vergüenza?

El perpetuamiento de tanta devastación no deja de alimentarse de sus dos fuentes principales: la ignorancia de los hombres de a pie y la legitimidad adquirida por los poderes tras cada guerra. Y mientras tanto nosotros, ¿qué precio habremos de pagar para identificar la injusticia?


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