Dice un rebelde sirio que desertó
del bando oficial después de perder a su novia de 23 años: la mataron por
participar en una manifestación contra el régimen. Ahora, tras abandonar su
posición dentro del cuerpo de inteligencia, es un hombre más en las líneas
revolucionarias. Se puede decir que de alguna forma ése ha sido el precio que ha pagado para
replantearse la ética y la dignidad de su posición.
No nos llega ni una décima parte
de la información de lo que está pasando en Siria. También es un hecho que esa
proporción está sometida a la vergonzosa manipulación que debemos recordar de
antemano al acceder a las noticias de las agencias internacionales de prensa
–no hace tanto que EFE y Reuters nos hablaban de muertos por la artillería de
Gadafi de los que luego no se ha vuelto a saber nada, porque ya había bombas de
verdad sobre las ciudades libias-.
Recomponiendo las piezas se intuye que realmente hay una guerra civil
tierra adentro de la costa mediterránea oriental, y las FCS se están bañando en
la sangre de población civil. No me atrevo a decir nada sobre los rebeldes
porque lo desconozco todo, aunque cada día les proporcionan tantos motivos como
cadáveres para alzarse.
Siguiendo dos mil kilómetros en
línea recta hacia el este, una patrulla norteamericana posa delante de una
bandera cuyo significado luego asegurarían desconocer. Se desata la polémica
cuando es identificada por la reconocible grafía de las Waffen SS, tropa de
élite de la Alemania nazi que sirvió con escalofriante eficacia de brazo
ejecutor para el exterminio de las minorías étnicas y disidencia política en
toda la Europa ocupada y a la que, curiosamente, los antecesores de estos
muchachos habían combatido entre el 44 y el 45. “Son Snipers Scouts –exploradores francotiradores-, de ahí la confusión con las iniciales”.
Perfecto, cualquier día te tatúas una esvástica y pensabas que era un molinillo
de viento.
Así que la indignación salta por
el hecho de que los chavales no tenían un fondo adecuado para la foto.
¿Entonces qué es lo malo, que hagan lo que hacen o que se pueda identificar con
algo distinto? Hombres como los que posan aquí masacraron a veinticuatro civiles desarmados en 2005 en Haditha, Irak, como represalia por la muerte de un
compañero. A algunos los sacaron del coche para ejecutarlos. Otros eran niños.
En términos globales son un cuarto de millón de muertos, más de un tercio de
millón de heridos y mutilados y más de ocho millones de desplazados desde el comienzo de las últimas invasiones.
Si preguntas a cualquiera de los causantes
del incidente, dirán que luchan por su deber y que el honor es lo primero. Si
preguntas en sus hogares, te dirán que son héroes entregando su vida por un
mundo cuya libertad está amenazada –y en eso no les falta razón-, orgullosos
mártires de la democracia. Y la moral de quienes han bendecido este genocidio
continuo sobre cada palmo del planeta se resiente cuando se les relaciona con
el que tantas vidas segó a mediados de siglo.
No puedo evitar entonces asociarlo con el protagonista de la primera historia. ¿Qué es lo que
necesitan los opresores, los mercenarios y ejecutores? ¿Sufrir la misma
experiencia que el secreta sirio reconvertido? ¿Dónde quedó la razón cuando se
enrolaron para servir a estos regímenes de la vergüenza?
El perpetuamiento de tanta
devastación no deja de alimentarse de sus dos fuentes principales: la
ignorancia de los hombres de a pie y la legitimidad adquirida por los poderes
tras cada guerra. Y mientras tanto nosotros, ¿qué precio habremos de pagar para
identificar la injusticia?
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