viernes, 17 de febrero de 2012




El sociólogo por excelencia, Max Weber, relacionaba los menores niveles de industrialización y desarrollo de algunos países europeos con la doctrina católica presente en su tradición cultural. Más que por la mentalidad a la que él aludía yo señalaría el tipo de estructura social parasitada por la jerarquía que se derivó de ella y que siempre hemos cargado en España e Italia, si bien a estas alturas de la película es evidente que son más los factores y mucho más variados.

La prensa ha retomado el debate y las comparaciones sobre las distintas formas que ha adoptado el capitalismo al asentarse en nuestras sociedades. Me permito un momento para decirles a los que en 2008 proclamaban la caída del sistema tal y como lo conocemos que sí, se está reconvirtiendo y no, no precisamente hacia su extinción, por lo que una vez más recomendaría menos “se-ve-venir” y más realismo crítico. Si se termina por haber llegado de forma natural al final de su ciclo –esto es, autoconsumiéndose- nos arrastrará a todos al abismo, conque tampoco habrá mucho que celebrar. Pero hay algo de cierto en que aquí nunca se han hecho las cosas igual que por el norte y escapa a los hábiles ojos del empresario español. Viendo el rumbo que han mantenido siempre cabe imaginar que junto a tanta biblia y catequesis les debieron colar el Manual del Perfecto Incompetente: es que hasta yo mismo les podría enseñar mil formas de aplicar más eficientemente el capitalismo que como lo hacen los vástagos de la CEOE.

El caso es que estos estúpidos que deciden omnipotentes sobre nuestros derechos como trabajadores no son capaces ni siquiera de ceñirse a los más básicos pilares teóricos de la economía que defienden. Se afana un sector del partido que gobierna en aupar a los tecnócratas e intentar hacer de esta una injusticia sólida, una máquina explotadora bien engrasada; ni siquiera eso saben hacerlo bien.  Nos encontramos con que, inspirados por los enormes éxitos que debe estar cosechando la estrategia sobre Grecia del chantaje europeo, la derecha y los empresarios nos cuelan el primer capítulo de una nueva reforma fecal siguiendo exactamente los mismos esquemas decimonónicos de los que siempre han hecho gala; a saber, en primer lugar, facilitar el despido aún más si cabe.

Sólo por esto ya habría que afilar los cuchillos, pero no sólo los que nos vamos a joder vivos directamente con este ataque –y recuerdo que o bien vuestros padres, abuelos o parejas son propietarios de una cadena de hoteles en expansión o vais a currar y sufrir exactamente igual que yo-, sino también esta estirpe de retrasados incapaces de entender que somos nosotros quienes reinyectamos el dinero de nuestro sueldo en sus empresas. Primera lección: reduciendo la cuota de consumidores, y encima a las puertas de una recesión, están negando a su sistema su componente más vital. Antes de que salten con las pérdidas de las empresas habría que matizar el lenguaje que se utiliza en los medios. Dicen “esta empresa perdió 1.393 millones de euros en 2010 respecto a 2009” cuando ni mucho menos son pérdidas: esta empresa ganó 6.500 millones de euros, habiendo ganado a su vez 7.893 el año pasado –estoy utilizando cifras del beneficio neto de Telefónica solamente en España-. Éso es hincharse a ganar unos cuantos millones menos, no perder. Por cierto, con la bajada de beneficio a nivel nacional como excusa, César Alierta despidió al 20% de sus empleados aquí en un alarde de patriotismo -esa gran causa que invocan nuestras tradicionales élites económicas cuando conviene-. En total, ese año había subido un 30% el beneficio neto global de la compañía.

En segundo lugar, la reducción de salarios. Puede ser que entre sus votantes haya calado la idea de que “toca abrocharse el cinturón” porque “si no hay para todos, a todos nos toca reducir”. No así entre los demás, me temo. Amiguitos, antes de que me pierdan los modales os volveré a ilustrar con datos. Según los propios medios, las ganancias de los 10 más ricos de la Bolsa subieron un 8% en 2011. Los salarios de quienes lo lograron con su trabajo no hicieron lo propio. ¿Cómo se puede tener la cara de decirnos a la capa productiva del sistema que, simplemente, “no hay”? ¿Cómo vamos a creérnoslo nosotros, que somos quienes lo tenemos en nuestras manos y lo vemos con nuestros propios ojos? Resulta ahora que nuestro trabajo es capaz no sólo de no generar un beneficio ¡sino que incluso supone pérdidas! Resulta que lo que antes hacían personas con muchos menos medios y le daba para alimentar a su familia y tributar, ahora, con el respaldo de una complejísima industria, no somos capaces de alcanzarlo, y debemos renunciar a toda dignidad por lo que podría pasar. Quizás la clave sea que jamás estarán dispuestos a reducir su rapiña del margen de beneficio, y entonces ya se hace mucho más fácil comprender que sólo queda restar de la otra parte: nuestra parte. Sé perfectamente hasta qué punto estoy simplificando y omitiendo factores como el reajuste entre oferta y demanda, la influencia de las agencias de calificación, la deuda, la incidencia de las economías emergentes y todo lo que sigue; tampoco creo que haga falta todo eso para entender que no es que no haya, sino que lo tienen ellos.

Lo más insultante de todo no es que prometiesen no hacerlo mientras estaban en campaña, porque todos sabíamos que las directrices de Europa iban a ser éstas y las iban a cumplir gustosamente, sino que intenten argumentarlo todo como “la forma de incentivar el empleo”. Lo que es peor, su verborrea se convierte en pseudo-psicología  -me enferma, no soy capaz de soportarla-: dicen los pedazos de carne que son Montoro y Báñez que la posibilidad del despido nos hará más eficientes. ¡Y también los porrazos y los fusiles en la nuca! Pero es que no les da para más a estos pobres bastardos, tan ocupados en averiguar la identidad de sus verdaderos padres. 

¿Qué van a saber estos que nunca han estado en nuestro lado del tablero? Ignoran que el miedo a ser despedido genera un estrés innecesario e insano que se traduce en cometer errores con más frecuencia y ver nubladas las capacidades de concentración e innovación. Es totalmente contraproducente. Un sueldo decente y unas perspectivas de estabilidad son un pasto mucho más agradable para el rebaño, pero en vez de eso optan por la manera estúpida de hacernos reaccionar: recortar y machacarnos. Así que mejor que se vayan preparando también ellos, porque lo que ayer era el rebaño manso puede encarnarse hoy en orgullosa jauría.




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