Cualquier
ciudadano de a pie no encontraría mucho sentido a esta noticia: mariposas Zizeeria
de la familia Lycaenidae nacen con las alas más pequeñas y los “ojos” y antenas
con características poco comunes. Sin embargo no hace falta ser un científico para
contener la respiración si se relaciona ésto con las palabras Fukushima,
radiación y mutación.
Estos
insectos han sido sujetos de pruebas para expertos de la universidad de Okinawa
y las conclusiones son incluso peores de lo que uno imagina en un principio.
Esas malformaciones que presentaban las mariposas son, desde que las
adquirieron, hereditarias. Recibieron radiación del escape producido el año
pasado cuando eran larvas, y su genoma fue alterado. La siguiente generación
aumentó el porcentaje de especímenes mutados, y la siguiente todavía más. En
números, se pasó de un 18% de la primera generación a un 34%, y luego a un 52%;
a la manera de una película de ciencia-ficción, la tendencia mayoritaria va imponiéndose
contra natura. Y todo esto partiendo del punto de que la opinión general de la
comunidad científica es que los insectos resisten mejor que otras clases los
efectos de la radiación.
La
cuestión es que, fruto del amarillismo de la prensa y la inigualable amnesia de
la sociedad, cuando algo es noticia absolutamente todos se posicionan de una u
otra forma, y con el tiempo el tema queda relegado al pozo del olvido durante
el tiempo que se tarde en sacarlo de nuevo en los medios. Es el archiconocido
dicho de “lo que hoy es noticia, mañana, no”.
Con
el asunto de las centrales nucleares, pues qué decir: tiene que petar de vez en
cuando una central para que la opinión pública se encienda y se vuelva al
paripé de siempre: se paralizan las obras de nuevas centrales, los candidatos
presidenciales hablan con fuerzas renovadas de las energías limpia, se escriben
decenas de cartas al director, editoriales y artículos y se pone el documental
de Chernobyl; cuando deje de hablarse del tema, todo volverá a su curso. Así ha
sido y así será.
Sin
embargo, la naturaleza no perdona que nuestro modelo insostenible de sociedad
tenga que jugar a la macabra ruleta del uranio para mantenerse en
funcionamiento. No hace falta que llegue un estudio en pleno 2012 para decirnos
lo que ya sabíamos: los escapes de radiación superan cualquier otro tipo de
catástrofe. Por si se ignora, recuerdo que la radioactividad es un factor imprescindible para la vida, pero el transcurrir
habitual en un planeta habitado por seres vivos es incompatible con la
presencia masiva de elementos de este tipo liberados en plena superficie.
Ahora; ¿cuántos de los que protestamos por la acción de las centrales nucleares
somos plenamente conscientes de lo que significaría prescindir de ellas? Suena
enormemente creíble hablar de energías renovables, pero lo cierto es que no
tenemos ni de lejos la tecnología necesaria para cubrir nuestras actuales necesidades
a base de éstas, prescindiendo totalmente de las nucleares. Por tanto ¿cuántos
ciudadanos están verdaderamente dispuestos a modificar sustancialmente su forma
de vida a cambio de cerrar esos dichosos inventos? Me contesto a mí mismo:
muchos, sin duda muchísimos menos de los que con tanta alegría los critican
cuando son noticia.
Por
lo tanto no es difícil dejarse llevar por el pesimismo y pensar que, como todo,
nos enteraremos de lo verdaderamente jodido que es el tema cuando a alguna de
nuestras ocho centrales activas le dé por hacer “boum”, o las de nuestros vecinos, o en definitiva cualquiera de las 250 que existen y más tarde o más temprano es seguro que nos afectaría. Todo está bajo control hasta
que deja de estarlo, y es lo que pasó en Fukushima como en Chernobyl y como en
todos los demás ejemplos que sucedieron como los que están por llegar. Si no
nos replanteamos claramente la frivolidad de pasar calor en invierno y frío en
verano, utilizar un coche por persona, producir y consumir varias veces la
cantidad real de trastos que necesitamos para vivir sobradamente cómodos… entonces es
seguro que volverá a suceder. No es sólo decirle NO a las nucleares, es
plantarse ante el derroche consumista en el que vivimos. No hace falta volver a
la prehistoria: con gestos sencillos se comienza.
Y si
normalmente en nuestras plácidas vidas tenemos tiempo libre como para gastar en
mil tonterías, en un mes como éste ya no hay escusa para dedicarle catorce
minutos al vídeo que dejo. Es un hombre francés que vive en Japón; lo graba el
año pasado al poco de suceder el escape y no le falta tiempo para dar un repaso
increíble a todas las majaderías que tranquilamente hemos aceptado. Vale realmente la pena.
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