miércoles, 15 de agosto de 2012



Cualquier ciudadano de a pie no encontraría mucho sentido a esta noticia: mariposas Zizeeria de la familia Lycaenidae nacen con las alas más pequeñas y los “ojos” y antenas con características poco comunes. Sin embargo no hace falta ser un científico para contener la respiración si se relaciona ésto con las palabras Fukushima, radiación y mutación.

Estos insectos han sido sujetos de pruebas para expertos de la universidad de Okinawa y las conclusiones son incluso peores de lo que uno imagina en un principio. Esas malformaciones que presentaban las mariposas son, desde que las adquirieron, hereditarias. Recibieron radiación del escape producido el año pasado cuando eran larvas, y su genoma fue alterado. La siguiente generación aumentó el porcentaje de especímenes mutados, y la siguiente todavía más. En números, se pasó de un 18% de la primera generación a un 34%, y luego a un 52%; a la manera de una película de ciencia-ficción, la tendencia mayoritaria va imponiéndose contra natura. Y todo esto partiendo del punto de que la opinión general de la comunidad científica es que los insectos resisten mejor que otras clases los efectos de la radiación.

La cuestión es que, fruto del amarillismo de la prensa y la inigualable amnesia de la sociedad, cuando algo es noticia absolutamente todos se posicionan de una u otra forma, y con el tiempo el tema queda relegado al pozo del olvido durante el tiempo que se tarde en sacarlo de nuevo en los medios. Es el archiconocido dicho de “lo que hoy es noticia, mañana, no”.

Con el asunto de las centrales nucleares, pues qué decir: tiene que petar de vez en cuando una central para que la opinión pública se encienda y se vuelva al paripé de siempre: se paralizan las obras de nuevas centrales, los candidatos presidenciales hablan con fuerzas renovadas de las energías limpia, se escriben decenas de cartas al director, editoriales y artículos y se pone el documental de Chernobyl; cuando deje de hablarse del tema, todo volverá a su curso. Así ha sido y así será.



Sin embargo, la naturaleza no perdona que nuestro modelo insostenible de sociedad tenga que jugar a la macabra ruleta del uranio para mantenerse en funcionamiento. No hace falta que llegue un estudio en pleno 2012 para decirnos lo que ya sabíamos: los escapes de radiación superan cualquier otro tipo de catástrofe. Por si se ignora, recuerdo que la radioactividad es un factor imprescindible para la vida, pero el transcurrir habitual en un planeta habitado por seres vivos es incompatible con la presencia masiva de elementos de este tipo liberados en plena superficie. Ahora; ¿cuántos de los que protestamos por la acción de las centrales nucleares somos plenamente conscientes de lo que significaría prescindir de ellas? Suena enormemente creíble hablar de energías renovables, pero lo cierto es que no tenemos ni de lejos la tecnología necesaria para cubrir nuestras actuales necesidades a base de éstas, prescindiendo totalmente de las nucleares. Por tanto ¿cuántos ciudadanos están verdaderamente dispuestos a modificar sustancialmente su forma de vida a cambio de cerrar esos dichosos inventos? Me contesto a mí mismo: muchos, sin duda muchísimos menos de los que con tanta alegría los critican cuando son noticia.

Por lo tanto no es difícil dejarse llevar por el pesimismo y pensar que, como todo, nos enteraremos de lo verdaderamente jodido que es el tema cuando a alguna de nuestras ocho centrales activas le dé por hacer “boum”, o las de nuestros vecinos, o en definitiva cualquiera de las 250 que existen y más tarde o más temprano es seguro que nos afectaría. Todo está bajo control hasta que deja de estarlo, y es lo que pasó en Fukushima como en Chernobyl y como en todos los demás ejemplos que sucedieron como los que están por llegar. Si no nos replanteamos claramente la frivolidad de pasar calor en invierno y frío en verano, utilizar un coche por persona, producir y consumir varias veces la cantidad real de trastos que necesitamos para vivir sobradamente cómodos… entonces es seguro que volverá a suceder. No es sólo decirle NO a las nucleares, es plantarse ante el derroche consumista en el que vivimos. No hace falta volver a la prehistoria: con gestos sencillos se comienza.



Y si normalmente en nuestras plácidas vidas tenemos tiempo libre como para gastar en mil tonterías, en un mes como éste ya no hay escusa para dedicarle catorce minutos al vídeo que dejo. Es un hombre francés que vive en Japón; lo graba el año pasado al poco de suceder el escape y no le falta tiempo para dar un repaso increíble a todas las majaderías que tranquilamente hemos aceptado. Vale realmente la pena.


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