No es país para viejos (2007)
En un ambiente desértico y paradójicamente opresivo, junto a la frontera con México, McCarthy va moviendo los hilos de una historia sin prácticamente recovecos
que los directores llevan con un ritmo absolutamente maestro. Es una lenta cacería en la que frialdad y remordimiento
se alternan durante dos horas a través de personajes hundidos, sin nada que
perder a excepción de dos millones de dólares que, para desgracia suya, se han
visto hurtar a un veterano de guerra.

Un escalofriante Javier Bardem le pisa los talones en cada
punto de su huída, ahora ya por su propia vida. El código ético del sicario y una enorme capacidad de improvisación lo
convierten en un depredador total; por suerte para el espectador, los dos son hombres
con recursos de sobra que hacen cada encuentro distinto al anterior. Siempre
sobresaliente, Tommy Lee Jones es un sheriff con una deuda con su propio pasado
que se ve superado por el avance implacable del español, repleto de muertes
colaterales y adelantándoseles siempre a él y a su ayudante. La acción no se centra
especialmente en estos hechos, que con sencillez pero mucha credibilidad se van sucediendo en un goteo constante durante la película en el que sucumben personajes no siempre sin relevancia; no hay
sorpresas a la manera de Tarantino, como tampoco súbitos estallidos de la
música en momentos de más acción: simplemente disparos precisos y la acción
continúa con su lento progreso. Tienen nombre propio: son los hermanos Coen en
su mejor versión.
Precisamente la ausencia de banda sonora acentúa todavía más
el ahogo de las situaciones y el peso de cada palabra en un guión breve y
genial. Una frase en concreto se me queda grabada: “Si seguir tu norma te ha
llevado a esta situación -le dice el desalmado protagonista al otro-, ¿qué
clase de norma es ésa?”.
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